
Los acompañantes terapéuticos se posicionan con fuerza en la sociedad
La salud mental en el centro de la escena. El devenir de la actividad, en “tiempos revueltos”. El intrusismo y el desempeño de la labor por parte de personas no habilitadas. La mirada de una referente local.
El acompañamiento terapéutico se constituye como una práctica profesional en constante expansión, con presencia en múltiples ámbitos, clínicos, comunitarios, educativos, judiciales entre otros. Lamentablemente esta expansión no se ve acompañada por los procesos de reconocimiento social y legislativo.
Por Leandro Grecco
Facebook: Leandro Carlos Grecco/Instagram: @leandro.grecco/X: @leandrogrecco
La ausencia de una regulación homogénea, la lentitud en el avance de proyectos de ley provinciales y nacionales, la proliferación de formaciones y prácticas heterogéneas e incluso muchas sin reconocimiento oficial y el desconocimiento y desmerecimiento del rol por parte del sistema educativo y del sistema de salud público y privado no colabora con el avance de una profesión autónoma que ha dado claras muestras de su efectividad terapéutica.
Este artículo se desarrolla con fines informativos —desde un posicionamiento profesional y teórico situado, crítico e integral— la actualidad del campo, el estado de los proyectos legislativos a nivel nacional y en la Provincia de Buenos Aires, la problemática del intrusismo, la utilización de nuevas tecnologías y la virtualidad, y finalmente los desafíos profesionales, éticos y políticos para evitar estigmatizaciones en salud mental. La bahiense Rocío Celeste Colomina es Licenciada en Acompañamiento Terapéutico y desarrolló en LA BRÚJULA 24 el presente de esta actividad.
1. Actualidad del campo profesional
“En las últimas décadas, el acompañamiento terapéutico ha trascendido su rol inicial como un simple figura auxiliar o de apoyo a otras profesiones (como han manifestado públicamente a nivel local algunos colegas) para convertirse en un rol profesional que es pilar fundamental de las estrategias de salud mental y comunitaria”, repasó Colomina, al tiempo que manifestó que su creciente reconocimiento se debe, en gran parte, “a la evidencia empírica que ha demostrado su eficacia y efectividad en una variedad de contextos clínicos y sociales”. A diferencia de las terapias tradicionales que se centran en el consultorio, el acompañamiento terapéutico se despliega en el entorno real y cotidiano del sujeto, lo que le confiere una ventaja única para abordar los desafíos de la vida diaria en contextos reales.
La eficacia se ha documentado a través de estudios que evalúan su impacto en la reducción de síntomas, la mejora de la adherencia a tratamientos y el fortalecimiento de las habilidades sociales y de autonomía de las personas acompañadas. Estos resultados controlados han validado el acompañamiento terapéutico como una intervención clínica rigurosa y valiosa. “Su efectividad se ha demostrado en la práctica clínica diaria, donde su capacidad para adaptarse a las necesidades individuales de cada acompañado es crucial. El acompañante terapéutico opera bajo el principio de que los cambios significativos se dan en las experiencias de la vida real”, aseguró.
No obstante, la Licenciada recalcó que “la clave de su demostrada efectividad reside en la flexibilidad y personalización del acompañamiento. El vínculo terapéutico que se establece es de suma importancia; el acompañante se convierte en una figura de referencia que modela comportamientos saludables, fomenta la motivación y ofrece una contención emocional constante. Este enfoque, que se centra en el aquí y ahora, facilita la generalización de los aprendizajes terapéuticos, haciendo que las personas no solo detectan y analizan sus dificultades, angustias y frustraciones, sino que también aprendan a gestionarlas en su entorno natural”.
La eficacia terapéutica no solo se mide en la reducción de síntomas, sino en un impacto tangible en la vida de las personas, donde, a través de intervenciones respetuosas de la subjetividad y el deseo de la persona acompañada, se busca recuperar su autonomía, mejorar sus relaciones y vivir de una manera más plena e integrada. Este desarrollo ha posicionado a la disciplina como imprescindible en el cuidado contemporáneo de la salud mental y comunitaria. “Cuando digo ‘cuidado de la salud’ es importante aclarar que no solo trabajamos en situaciones de enfermedad y con sujetos con diagnósticos, nuestra labor también es preventiva”, reflejó.
En lo que atañe a posicionar esta profesión, plantea desafíos identitarios: ¿Qué hace específicamente un Acompañante Terapéutico? ¿Qué formación mínima resulta adecuada? ¿Cómo articulan con otros saberes y profesiones del campo de la salud? Estas preguntas atraviesan debates académicos, tanto al interior del colectivo profesional como en toda la comunidad, que son centrales a la hora de pensar marcos regulatorios y políticas públicas que no diluye la especificidad de la intervención.
En este sentido, la Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657 (sancionada en 2010) constituye un marco referencial relevante, porque redefine enfoques de derechos, desmanicomialización y atención comunitaria, principios que orientan prácticas de acompañamiento desde una perspectiva no patologizante.
2. Diversidad de formaciones
Esta evolución natural del campo disciplinar del acompañamiento terapéutico ha generado que, también, pase de ser una práctica empírica para convertirse en una asignatura profesional con una creciente formalización y diversidad en sus formaciones. Esto respondió a la necesidad de estandarizar la calidad de la intervención y reconocer al ayudante terapéutico como profesión autónoma.
Colomina aseveró que “actualmente en nuestra ciudad y en gran parte del país conviven gran variedad de opciones formativas. Esta diversidad refleja la complejidad del campo y la necesidad de una formación rigurosa. La oferta académica actual incluye carreras de pregrado tanto virtuales como presenciales (Tecnicaturas universitarias y superiores en AT), Ciclos de Licenciatura virtuales, cursos de formación con resolución ministerial tanto virtuales como presenciales, y otros cursos y diplomaturas sin ningún tipo de reconocimiento oficial”.
“A nivel personal, considero que hay colegas con formación de curso que ofrecen servicios de gran calidad con un posicionamiento profesional y ético admirable; aun así, las formaciones de pre grado y de grado oficiales son una de las opciones más jerarquizadas. Estas formaciones, fundamentadas en los perfiles profesionales y los marcos teóricos suelen tener planes de estudio robustos que incluyen materias teóricas (psicopatología, psicología general, salud pública) y prácticas profesionales supervisadas, lo que garantiza una sólida base académica y experiencia clínica”, infirió la entrevistada.
3. Situación legislativa: en qué estado parlamentario está en Nación y Provincia
La Licenciada replicó que “es fundamental comenzar por aclarar que no existen leyes sancionadas de ejercicio profesional ni a nivel nacional ni en la provincia de Buenos Aires; lo que hay son proyectos de ley con distinto estado parlamentario. Esta condición obliga a una lectura cuidadosa: si bien el impulso legislativo expresa una demanda social y profesional, la situación parlamentaria implica que el marco definitivo aún no está consolidado y que los detalles (alcances, requisitos de formación, instancias regulatorias) pueden modificarse en el trámite”.
3.1 Proyectos a nivel nacional
En la Cámara de Diputados de la Nación se han presentado a lo largo de los años múltiples proyectos que buscan reconocer, regular o jerarquizar la actividad del Acompañante Terapéutico, con expedientes que datan de distintos períodos (por ejemplo, iniciativas registradas en los listados de comisiones con expedientes como los años 2016, 2018 y 2020).
“Actualmente, la discusión se centra en dos proyectos de ley con estado parlamentario, ambos impulsados con la intención de regular la actividad. Sin embargo, un punto de gran preocupación para la comunidad profesional es que ambos proyectos lo posicionan como un auxiliar de la salud. Esto significa que el ejercicio estaría subordinado a la indicación y supervisión de profesionales considerados por dicha potencial legislación como miembros del equipo de mayor jerarquía (como médicos, psicólogos o psiquiatras)”, confirmó, con vehemencia.
La práctica actual, especialmente en contextos complejos, exige una toma de decisiones dinámica y autónoma para responder a las necesidades cambiantes del sujeto acompañado en su entorno cotidiano. Esta designación no refleja la complejidad, y sobre todo la realidad actual y la responsabilidad del rol, que requiere una formación, un juicio clínico y el desarrollo de estrategias de intervención propias.
3.2 Proyectos en la Provincia de Buenos Aires
La situación en la Provincia de Buenos Aires es más prometedora. El proyecto de ley unificado que busca regular la actividad ha logrado un progreso significativo: ha obtenido dictamen de las comisiones en la Cámara de Diputados y, días atrás, alcanzó la media sanción. Esto significa que el proyecto no solo ha pasado por el análisis y la aprobación de las comisiones pertinentes y ha sido incluido en la orden del día, sino que también fue votado por mayoría en la sesión del 18 de septiembre.
A diferencia de los proyectos nacionales, el enfoque de la ley bonaerense apunta a un reconocimiento más robusto de la figura del acompañante terapéutico. Si bien el texto final puede sufrir modificaciones, la discusión se ha centrado en otorgarle un rol profesional y con mayor autonomía dentro de los equipos de salud, así como también la posibilidad de que, como profesionales de salud, podamos hacer carrera hospitalaria. Este reconocimiento es fundamental para la seguridad jurídica de los profesionales y para garantizar la calidad del servicio que reciben los usuarios.
“El futuro del acompañante terapéutico en la Provincia de Buenos Aires dependerá del tratamiento parlamentario y de la capacidad de la comunidad profesional para seguir impulsando el reconocimiento de su rol como una profesión con responsabilidades y autonomía propias”, recalcó Colomina.
3.3 Interpretación y consecuencias prácticas
Paralelamente, admitió que “la falta de una regulación legal uniforme para la profesión de acompañante terapéutico genera una serie de consecuencias negativas y vacíos que afectan a todos los actores involucrados: profesionales, usuarios y el sistema de salud en su conjunto: heterogeneidad en requisitos de contratación, ausencia de matriculación única, intrusismo, precarización, baja calidad en las prestaciones y riesgos para la protección tanto de las personas que reciben acompañamiento como de quienes ejercen la profesión, cuestiones que obstaculizan el desarrollo pleno”.
“Por eso es importante que cualquier propuesta normativa sea discutida con participación
de profesionales del campo, organizaciones de acompañantes, equipos interdisciplinarios, derechos humanos y usuarios, para evitar soluciones tecnocráticas o que reproduzcan jerarquías profesionales que desestima la especificidad del campo”, acotó, promediando el ida y vuelta con este medio..
4. Intrusismo profesional: factores, riesgos y estrategias de fortalecimiento
El intrusismo profesional en el campo del acompañamiento terapéutico es consecuencia directa y preocupante de la falta de regulación legal de la profesión. Se refiere a la práctica de ejercer el AT sin contar con la formación académica, las certificaciones o la matrícula habilitante requeridas. Este fenómeno no solo desvaloriza el trabajo de los profesionales formados, sino que, lo que es más grave, pone en grave riesgo la salud y la integridad de las personas que acompañamos y sus familias.
Las manifestaciones más comunes del intrusismo incluyen situaciones donde personas sin formación académica que se autodenominan acompañantes terapéuticos sin ningún tipo de formación oficial y situaciones donde docentes o profesionales de otros campos disciplinares afines creen que pueden ejercer sin contar con la formación y el entrenamiento específico para hacerlo.
4.1 Consecuencias del Intrusismo
“Los efectos del intrusismo afectan a todos los involucrados. En primer lugar, se pone en riesgo al usuario y este es el impacto más grave. Un acompañante sin la formación adecuada puede cometer errores clínicos críticos a través de intervenciones inadecuadas o potencialmente dañinas para personas en situación de vulnerabilidad”, advirtió.
En ese sentido, apuntó un aspecto más riesgoso: “El intrusismo genera un deterioro de la representación social del AT, deslegitimizando la profesión. El accionar irresponsable de los intrusos genera una mala reputación para toda la disciplina. Cuando una familia tiene una mala experiencia con uno "falso", la confianza en la profesión se deteriora, lo que afecta a los profesionales serios y bien formados”.
“En tercer lugar, no menos importante, hay que mencionar que, tanto para el profesional como para el usuario, la falta de una matrícula o registro legal impide que se apliquen sanciones en caso de mala praxis. Esto deja a las víctimas sin un respaldo legal para presentar denuncias y a los profesionales formados sin una herramienta para protegerse del intrusismo”, reconoció Colomina.
La lucha contra el intrusismo es uno de los motores principales del colectivo profesional en la actual búsqueda de regulación: “Considero de suma importancia militar e impulsar la sanción de una ley que defina la autonomía de la profesión, las incumbencias, los requisitos de formación y las responsabilidades éticas de la profesión. Solo con una regulación clara se podrá garantizar que el acompañamiento terapéutico sea una práctica segura, profesional y de calidad”, lanzó.
4.2 Estrategias para enfrentar el intrusismo
Con la pasión que la caracteriza por la profesión, afirmó que “actualmente a través de mis redes sociales estoy impulsando la formación universitaria de aquellos colegas que cuentan con formación de curso y dan claras muestra de su profesionalismo y su posicionamiento ético, así como también la formación continua de todos los profesionales a través de diplomaturas o certificaciones con estándares claros, articuladas con universidades y organismos de salud”.
“También busco visibilizar y comunicar las funciones específicas, límites y ámbitos de intervención del AT. Me involucro e invito a colegas a que también lo hagan, en el diseño de marcos regulatorios: que las/los profesionales y sus organizaciones sean interlocutores en el diseño de proyectos de ley y regímenes de habilitación. En los grupos de colegas intento promover acuerdos de prestación de servicios formales, donde se planteen al momento de iniciar la prestación el encuadre y las condiciones bajo las que se prestará el servicio. Estos pequeños aportes que podemos hacer como profesionales son estrategias que pueden potenciar el desarrollo de una profesión seria y que ayudan a combatir el intrusismo”, planteó la auxiliar de la salud.
5. AT y nuevas tecnologías: ventajas y límites de la práctica virtual
El Acompañamiento Terapéutico es una disciplina que se basa fundamentalmente en la presencialidad y el vínculo en el entorno cotidiano de una persona con algún tipo de padecimiento subjetivo. Esto se vio desafiado y transformado por la irrupción de las nuevas tecnologías. La pandemia de Covid-19 aceleró este proceso, obligando a profesionales y a los acompañados a adaptarse a la práctica virtual. Si bien esta modalidad presenta ventajas significativas en términos de accesibilidad, también evidencia límites claros que redefinen su alcance y su esencia.
La tecnología ha permitido que el AT se adapte y llegue a poblaciones que antes eran difíciles de alcanzar, demostrando que la virtualidad puede ser una herramienta poderosa si se usa estratégicamente. La principal ventaja es la eliminación de barreras geográficas, que permitió a usuarios que viven en zonas alejadas, o que tienen dificultades de movilidad, puedan acceder a un acompañante terapéutico cualificado sin la necesidad de desplazarse.
Esto es especialmente relevante en Argentina, un país extenso con grandes disparidades en la disponibilidad de profesionales de salud mental. Por otra parte, las sesiones virtuales, permiten una mayor flexibilidad horaria, ya que se eliminan los tiempos y costos de traslado. Esto beneficia tanto al usuario, que puede integrar el tratamiento más fácilmente a su rutina, como al profesional, que puede optimizar su agenda.
Otro beneficio de esta modalidad es la posibilidad de darle continuidad a los tratamientos en casos de cuarentena, enfermedad de la persona acompañada o del profesional, viaje, etc; las herramientas virtuales garantizan la continuidad del tratamiento, evitando interrupciones que podrían ser perjudiciales para el proceso terapéutico. Se pueden abordar dinámicas de socialización online, gestión de redes sociales o incluso el uso de videojuegos como parte del tratamiento, lo que resulta especialmente útil para trabajar con adolescentes y jóvenes. En otras áreas de la clínica, la virtualidad ha permitido explotar un nuevo "terreno" como son las supervisiones, los espacios de formación y el intercambio entre colegas.
Colomina resumió que “a pesar de sus beneficios, el acompañante terapéutico virtual presenta limitaciones que atañen a la naturaleza misma de una práctica centrada en la interacción cara a cara, el vínculo y la intervención en la cotidianidad. La pérdida de la presencialidad y del vínculo corporal es un inconveniente, el profesional se basa en compartir un espacio físico, en observar y trabajar con la comunicación no verbal, los gestos y las posturas, que son vitales para la comprensión clínica. A través de una pantalla, gran parte de esta información se pierde, lo que puede dificultar la construcción de un vínculo terapéutico profundo y la identificación de sutilezas emocionales”.
“La intervención virtual es inadecuada para situaciones de emergencia, en estos casos la presencia física del ayudante terapéutico es crucial para contener al usuario, garantizar su seguridad y coordinar una intervención ante el emergente. Otros factores limitantes son la calidad de la conexión a internet y la privacidad del entorno del usuario. Una mala conexión puede interrumpir la sesión, generando malestar, incomodidad o frustración. Además, no siempre se puede garantizar que la persona acompañada se encuentre en un espacio privado y seguro, lo que podría comprometer la confidencialidad del encuentro”, sostuvo.
Consultada respecto de qué se debe tener en cuenta, detalló: “La comunicación digital requiere protocolos claros sobre registros, consentimiento informado y seguridad informática para poder cumplir con el criterio de confidencialidad de nuestra praxis. Por otra parte, si bien no toda intervención requiere presencia física, en muchas oportunidades esta si es irremplazable, es de suma importancia evaluar caso a caso y momento a momento”.
Desde un enfoque situado y comunitario, la tecnología debe entenderse como amplificadora de posibilidades cuando acompaña prácticas centradas en demandas reales y en la preservación de la dignidad y derechos de las personas. La ética del acompañante terapéutico a distancia exige formación específica, supervisión y acuerdos explícitos con las personas a quienes se acompaña.
6. Estigmatizaciones en salud mental
Uno de los desafíos impostergables del campo es contribuir a prácticas que no reproduzcan miradas patologizantes, moralizadoras o reduccionistas.
La Ley Nacional de Salud Mental (N° 26.657) ofrece principios útiles: la preservación de derechos, la desmanicomialización y la consideración de la salud mental como proceso social, histórico y contextual (no exclusivamente médico). Desde esta perspectiva, el AT se alinea con prácticas que priorizan la autonomía y la inclusión comunitaria.
Bajado a la realidad, describió que “en primer lugar, es importante usar terminologías que humanicen y eviten definiciones reduccionistas (por ejemplo, evitar rótulos permanentes: muchos colegas aún se refieren a las personas que acompañan como pacientes, o peor aún los refieren con el nombre de su diagnóstico). Otro aspecto fundamental para la construcción de prácticas comunitarias en línea con la ley de salud mental, es trabajar en red con familias, escuelas y organizaciones comunitarias para construir redes de apoyo y contención”.
“Comprender las condiciones sociales y estructurales que atraviesan a las personas (pobreza, discriminación, exclusión) y no atribuir el padecimiento exclusivamente a patologías individuales nos permitirá realizar intervenciones situadas acordes a la subjetividad de la persona acompañada. Por último, y de suma importancia, es que comencemos a poner el foco en la formación de los futuros profesionales, esta debe ser desde una perspectiva de derechos”, destacó, a modo de corolario.
El acompañante terapéutico no es sólo un técnico que aplica técnicas; es un actor social con responsabilidad ética y política, es su deber disputar narrativas estigmatizantes, visibilizar barreras estructurales y trabajar por la inclusión real de las personas en sus contextos.